El cuarto

La oscuridad del cuarto alberga cierta tristeza, que se mantiene intacta pese al paso del tiempo. Un rayo de claridad intenta, tímidamente, colarse por el ventiluz e ilumina las sábanas. Toda la cama huele a viejo. Aún mantiene la forma de los cuerpos añejos que supieron ser felices en ella. El color amarillento de la ropa de cama, guarda el secreto vergonzoso de sus últimos días.

El techo de la habitación es muy alto. Trata de sostenerse sobre las cuatro paredes consumidas por la humedad. El frío da forma a las manchas de musgo. Cada figura representa algo distinto para quien las mira. Sobre la cabecera de la cama se advierte un león al acecho de su presa. Casi al final de la pared, rozando el piso de machimbre, se puede distinguir un conejo descansando.

Las mesas de luz abrazan la cama. Las patas torneadas saben esconder las historias que nunca deberían conocerse. La madera es noble y conserva todavía la fortaleza de la vida. La cálida luz de los veladores recuerda la debilidad de la vida. El polvo de las pantallas arrastra los recuerdos que flotan en el aire para siempre.