Un hombre está sentado en la sala de espera del consultorio médico. El calor de las estufas prendidas lo sofoca y comienza a sentirse incómodo. Decide desabrigarse.
Se saca la bufanda de lana enredada en su cuello, le cuesta sacársela y empieza a transpirar. Luego de lograrlo, también se deshace el gorro de lana que combina con la bufanda. Sigue con los guantes del mismo material y color. Se despoja de toda la lana que lo asfixiaba.
Sigue sintiendo calor. Le pide a la secretaria si puede abrir un poco la ventana para ventilar el ambiente. La señora lo mira de mala gana y le contesta. – Estamos en invierno.
La bronca que siente se apodera de él. Ya no siente calor, ahora siente odio. Agarra una revista vieja y la ojea en tres minutos. No entiende por qué ponen en las salas de espera revistas de mierda que no entretienen a nadie. Toma otra revista, otra y otra.
Nuevamente le falta el aire, se saca el sweater que le tejió su mujer, igual que la bufanda, el gorro y los guantes. Una señora lo mira con desagrado y se levanta para entrar al consultorio. Se siente más fresco, se acomoda la remera y nota dos aureolas de transpiración en las axilas. Se pone nervioso, siente olor a chivo, trata de sacudir la remera para airearse. Los pacientes lo miran. Decide dejarlo así.
El calor se disipó, ahora quiere saber cuánto le falta y le pregunta a la secretaria. – Hay cuatro delante suyo, tenga paciencia. No tiene paciencia, odia a esa vieja del orto. Su tortura parece interminable.
La mujer se levanta de su silla, sube las estufas y lo mira desafiante. Vuelve a sentir un calor insoportable. Las gotas de sudor de deslizan por sus tetillas y humedecen la remera. La frente empieza a mojarse. Siente mucho calor y mucha rabia también.
La secretaria lo mira y se ríe con sorna. Los cuatro pacientes que esperan con él lo miran y ríen por lo bajo. El sudor empapa toda la remera, siente que su cuerpo corpulento chorrea agua por todos lados. El pantalón de jean se le pega en las piernas mojadas.
El hombre se levanta y se saca la remera para sorpresa de todos. Los mira en cuero y abre la ventana. Una ráfaga de aire lo atraviesa y lo alivia. “Es verdad, es invierno”, dice y se sienta con el torso desnudo y ojea una revista, hasta esperar su turno.