Ahí estamos los dos sentados frente al joven de atención al cliente del banco, miro hacia arriba y el techo parece interminable. El edificio del Banco Provincia de Buenos Aires del centro es enorme. La Casa Central se erige sobre paredes infinitas color marrón y mármoles de color blanco y verde inglés. Su arquitectura imponente y su estilo sobrio, me siguen impactando aún de adulta.
Cuando era niña me parecía un castillo, me sentía más pequeña de lo que era. Adoraba ir al banco a visitar a mi papá, entrar corriendo por la puerta giratoria, que era muy pesada, y sumergirme en ese espacio infinito, que desde mi visión, se veía inmenso y acogedor.
Miro hacia arriba otra vez y me siento chiquita de nuevo. Lo miro a mi papá, ya grand, yo también lo estoy. Nos veo como hace años, los dos en el banco disfrutando una tarde juntos en su oficina. Adoro estar con él.
El muchacho interrumpe mis pensamientos y pregunta qué trámite vamos a realizar. Mi papá le explica que vamos a hacer un plazo fijo a nombre de los dos. Mi viejo quiere dejar las finanzas organizadas, ya tiene ese tipo de pensamientos sobre el tiempo que le queda. Y ahí estamos.
Llenamos formularios, brindamos datos, contestamos preguntas, nombre completo, edad, dirección, teléfono, estado civil. Soy soltera, nunca me casé, tengo pareja y dos hijos, pero soy soltera, explico.
Cuando digo “soltera” siento la mirada acusadora del bancario. Sola con dos pibes, debe pensar el tipo, yo también lo pienso a veces. Quizás quiera casarme algún día, vivir la cursilería que te den un anillo, jurar amor para toda la vida, aunque se que todo eso no es cierto.
Mi papá quisiera que alguna de sus tres hijas se casara, así cuando tenemos que hacer trámites no tiene que escuchar la palabra soltera, la mirada acusadora. Soltera, con hijos, sola.
El muchacho de atención al cliente pregunta cómo se llama mi mamá, Ramona responde mi viejo. María Ramona, agrego yo, mi papá ya se olvida los nombres, pienso. María Ramona, Mary, como le dicen todos a mi mamá. Mary la maestra buena y gritona de séptimo grado que todos temen y quieren a la vez. Mary la que tiene un aire a la actriz Sophia Loren. Mary la que pudo llevar el exilio en España con la familia a cuestas. Mary, la mujer valiente que se atrevió a volver a su país a rehacer su vida rota en pedazos. Mary, mi mamá, la esposa de Horacio, mi papá. Ella si se casó.
Sólo se llama Ramona, corrige mi papá. El empleado lo mira, borra de mala gana y vuelve a escribir el formulario. Se llama María Ramona, le digo, no sólo Ramona. Creo que como mi papá es medio sordo no entiende la pregunta “nombre completo”. Se llama María Ramona mi mamá, pero todos le dicen Mary, le explico al pibe.
Mi viejo me mira apenado y me dice “bichita mamá no se llama María, se llama Ramona, pero siempre le dijeron Mary”. El empleado nos mira, me mira y debe pensar “encima que es soltera y con dos pibes no sabe cómo se llama su vieja”. Pienso que es una broma de mi viejo, siempre le gusta hacer chistes y hacerse el tonto delante de otras personas, sólo para hacernos pasar vergüenza. Le divierte hacer payasadas. Es un hombre divertido y con sentido del humor.
Cómo que no se llama Mary, papá, me estás cargando, le digo. Lo increpo, me da vergüenza, me pongo colorada como un tomate y siento un calor repentino que me sube por todo el cuerpo.
El muchacho ya no escribe, sólo nos observa incómodo. En la mirada triste de mi viejo me doy cuenta que es verdad, no es uno de sus chistes. No se llama Mary, todos lo saben, tus hermanos lo saben, me dice mi viejo. Pensé que vos también lo sabías me dice mirándome con ternura y agarrando mi mano delgada para darle un beso.
Vengo a enterarme que le dicen Mary porque nunca le gustó su verdadero nombre, Ramona. Su nombre completo. Y la verdad que tenía razón, pienso. Todos sabían que Mary, la mujer fuerte, la madraza, la que mantiene unida a la familia a cuestas, se llama Ramona.
Retomamos el trámite. Entonces nombre completo, Ramona, no? Pregunta el chico. Y asentimos los dos. Miro hacia arriba y el observo el techo blanco y frío que parece infinito. Me siento de nuevo chiquita y frágil, como cuando iba a visitar a mi papá.