Marta volvió temprano de la playa para hacer las compras en el supermercado, su última escapada antes de volver a Buenos Aires. Los últimos paseos previos a dejar el chalet de Mar del Plata, junto a su esposo, su hija María y sus nietos.
La casa la heredó de un tío cuando tenía menos de treinta años y fue una suerte tenerla. Junto a su marido disfrutaron muchos veranos, vivieron gran parte de su noviazgo, el nacimiento de sus hijos y con el correr del tiempo también llegaron los nietos, los mellis.
El mes de Enero es muy especial para todos, es el aniversario de la muerte de Pablo, un momento difícil de superar. Así que pasan los días mezclando un poco de felicidad y mucha tristeza. Como es todo desde que Pablo se quitó la vida.
Cuando la llegada del atardecer es inminente y el color del cielo se ve rojizo, Marta empieza a preparar el fuego para el asado. Desde que Pablo murió, Carlos no quiso hacerlo más, ellos dos siempre lo hacían juntos, desde pequeño le enseñó los secretos del buen asador. Secretos que se llevó a su tumba a muy temprana edad y de repente.
Marta acomoda los carbones y las piñas, mientras le pide a Carlos que le alcance la carne. Carlos va caminando como puede con la bandeja, Martin y Martina se le cuelgan de sus piernas y no lo dejan avanzar. Se ríen, se caen, lo vuelven a atrapar. Carlos también se ríe y como buen abuelo compinche y cómplice, se deja agarrar.
Marta lo mira y se emociona, verlo feliz, aunque sea de a ratos es algo. Es el comienzo de aprender a vivir sin su hijo, con el duelo, el dolor, la alegría, todo junto repartido en dosis distintas. Algo que Pablo nunca pudo, no resistió vivir en este mundo en donde todos conviven con lo bueno y lo malo de la vida.
Con lo bello y lo triste, como se titula el libro de Yasunari Kawabata, con inseguridades y certezas, con miedo y valentía, con alegría y tristeza, con el amor y el desamor. Pablo nunca pudo. No sabía sobrellevar un mal día o disfrutar de un día hermoso, porque sabía que pronto iba a tener uno triste. Y así vivió sus apenas veinticinco años de vida.
Carlos se sienta en la silla de mimbre del patio, se siente sin fuerzas, jugar con los nietos lo agota. Soy jubilado, dice, cuando le reclaman que vive cansado, trabajé toda mi vida, claro que estoy agotado, remata.
Marta también es jubilada, los dos están listos para descansar y disfrutar del tiempo que les queda en este mundo. El mismo que Pablo no toleró y decidió abandonar. El dolor de su muerte los dejó durante mucho tiempo sin motivos para vivir, sin deseos, sin planes, ni futuro. También ellos se sintieron cansados y avasallados por lo bueno y malo que tiene la vida.
Marta agarra la bandeja y empieza a salar la carne, Carlos la critica porque le pone mucha sal y Marta se enoja. Si te molesta hacelo vos, le dice. Martín y Martina empiezan a gritar “hacelo abuelito”, mientras nuevamente se cuelgan de sus piernas largas y añejas.
Carlos se levanta ofuscado e intenta caminar con sus nietos colgando. Hoy le cuesta moverse, no por el peso de los chicos, sino porque le pesa todo. Marta empieza a lagrimear y le dice a sus nietos que dejen al abuelo tranquilo, que está cansado. Aunque sabe que se siente destrozado por dentro, siempre les dice que está agotado. Y en esa frase encierra y guarda todo lo que en realidad sucede, todo lo que siente y sufre.
Carlos sigue parado, los mellis gritando, los gritos inundan todos los patios y fondos del Bosque Peralta Ramos. Marta se pone nerviosa y empieza a retar a los chicos que no dejan de insistir. La carne salada, transpirada y brillosa, reposa en la bandeja de vidrio. El tiempo se detiene en esa escena, Carlos, Marta, los mellis a los gritos, María que llora, Pablo, la carne, el fuego.
Carlos alza a uno de sus nietos y se lo da a Marta que lo agarra sorprendida, María se acerca a ayudarla. Carlos los mira a todos fijo a los ojos, no vuela una mosca, sólo se escucha el agradable sonido de las piñas quemándose.
Carlos agarra la bandeja con la carne y la empieza a poner con cuidado sobre parrilla. Los chicos aplauden y vitorean, las mujeres lloran. Todos festejan, seguro Pablo también. Hoy fue un buen día.