Polera

A mitad de año, el invierno comienza a tomar la ciudad con su clima frío, sus días más cortos y oscuros, con los árboles erguidos y casi desnudos que intentan sobrevivir. La fisonomía ya no es la misma, las plazas vacías, las calles más desiertas cuando baja el sol y las personas deambulando enfundadas en ropas que desdibujan sus figuras. Todos parecen entes amorfos que se mueven rápido para acobijarse en algún lugar.

En ese momento que se despide el otoño, aparece en escena la ropa de lana, los tapados, las bufandas, los gorros y los guantes. Empiezan a tomar vida en la cotidianeidad, luego de reposar durante varias estaciones, en algún rincón del placard o cajonera. Salen nuevamente al aire libre, temerosos y confundidos porque fueron usados en algún momento por sus dueños, pero fueron abandonados de nuevo sin razón alguna. O quizás la haya y ellos no lo saben.

Los armarios y cajones con un poco de olor a humedad, resguardaron esas prendas que ahora quieren lucirse en los días de sol o grises de frío. En esos recovecos oscuros, encontramos varios atuendos clásicos como las poleras o media poleras. Prendas exclusivas del invierno que pueden ser de distintas telas y texturas y que cubren todo el cuello o al menos parte de él y brindan un toque de elegancia indiscutible.

La polera puede ser usada por cualquier hombre o mujer que quiera estar abrigado y verse bien vestido. Pero no es para cualquiera, no es tan fácil usar poleras.  No todos pueden tolerar la lana, el bremer o el algodón alrededor del cuello. Puede provocar cierta sensación de asfixia o sofocación repentina y desesperante. Cuando el clima se torna más cálido, la idea de llevar una polera puesta, parece ser una idea poco acertada.

Quien viste esa prenda, sabe de qué le hablo. Pero tiene una condición natural que complica su uso. Cuando el calor se apodera de la persona, la necesidad de sacarse la polera del revés y tirarla por ahí es impostergable.  Suele surgir cuando se viaja en subte o colectivo o uno se encuentra en un lugar con mucha calefacción. Es una necesidad imperiosa que debe satisfacerse en el momento y en ese acto desenfrenado, se pierde toda la prolijidad que la polera otorga a quien la viste.

La sensación de ahogo es casi instantánea, no es que la persona va sintiendo calor de a poco. De repente la temperatura corporal aumenta y la falta de aire se transforma en un síntoma que debe atenderse enseguida. Basta leer los diarios, para conocer casos tremendos, de hombres y mujeres cometiendo actos irresponsables y deshonrosos por no soportar la polera alrededor de sus cuellos.

Sin embargo, la polera es elegante y suele hacerse en colores clásicos y pardos, la media polera intenta mantener su estilo, pero pierde algo cuando le falta la mitad de su esencia. Nunca será una verdadera polera y tiene que cargar con eso para siempre. Pero al menos, se destaca en algo. No sofoca, ni ahoga a quien la viste, como las clásicas poleras. Y ahí está su ventaja, debe aprovecharla y quizás logre sobrevivir al invierno y por qué no, llegar a la hermosa primavera.